Curioso que mi padre, cuando decidió hacer su propia orquesta allá por los años cuarenta, decidiese llamarla "Mares del Sur". Ese nombre que me suena desde chico a algo exótico, lejano y misterioso, se mezclaba con los sonidos de saxo tenor y clarinete de mi padre mientras practicaba en su dormitorio. A mi padre siempre le gustó el mar, no necesariamente del sur... el del Levante español le maravillaba como a un niño pequeño. Quizá por la familiaridad de la gente de Valencia, siempre tan acogedora, o quizá porque siempre tuvo el espíritu de un niño que mira al mar por primera vez.
Mi padre era también del Sur, de Arjonilla, Jaén, por aquellos tiempos un pequeño pueblito, siempre entre campos de olivares, y unido a esa atracción por el mar, hizo que eligiese ese nombre, "Mares del Sur". Curiosamente, el Mar del Sur es el Pacífico, llamado así en contraposición al mar del Norte más azaroso (Atlántico)... y aquí estoy, tantos años después, en una isla de ese mar del sur que estaba en la imaginación de mi padre. Quizá sólo soy algo imaginado por mi padre ahora mismo también.
Hace dos semanas el nos dejó, perdonadme el eufemismo, de forma tan repentina que aún siento que está con nosotros y que sólo ha salido un momento a la calle. He oído tantas veces su voz que esta resuena en mi cabeza constantemente, y le siento con la misma fuerza de siempre. Tengo la sensación de que está, aunque no está. Es raro. Quizá es un mecanismo de defensa mental ante la tristeza que me invade.
Los recuerdos que tengo de mi padre son los de una persona bondadosa de principio a fin. Si tuvo grandes defectos, nunca los conocí. Nunca faltó de nada en nuestra casa, siempre hubo lo que pedimos o necesitamos. Siempre hubo espacio para uno más en la casa de mis padres, de hecho a día de hoy siempre lo hay. Siempre hubo respeto por la intimidad, y tuve el espacio personal que como adolescente necesité. Siempre hubo también gazpacho todos los veranos, una receta especial que hemos heredado de él y que es marca de nuestra casa. En su honor la hemos aprendido a su estilo, para que se siga haciendo en su nombre. Siempre hubo en casa en mis tiempos de niñez respeto y paz.
A él, le recuerdo esas tardes de domingo fumando Fortuna y escuchando el fútbol por la radio y mirando sus quinielas (una de ellas le tocó justo en mi comunión, y valió para pagar el restaurante, ¡historia recurrente en nuestra casa!). Recuerdo también su Atlético de Madrid donde fue recogepelotas cuando era todavía el Atlético Aviación. También recuerdo las fundas de los instrumentos, listos para un nuevo bolo en algún pueblo de fin de semana. Recuerdo sus historias de los conciertos de las Vistillas o de las ferias de Madrid donde tocó en ocasiones para Manolo Caracol, Marián Conde, o coincidió con gente de la farándula (de la buena de antaño) como Mari SantPere. Recuerdo la música que tocaba al piano. Recuerdo que me decía que alguien que no sabía leer un pentagrama era un analfabeto musical, y que yo, pese a mi oído lo era, porque no podía leer. - "Un músico de verdad...", me decía, "... puede leer cualquier música e interpretarla si sabe leer el pentagrama. Si no sabes solfeo, eres un analfabeto musical". Pese a ello aprendí a tocar por mi cuenta en el piano que había en casa hasta que se regalo a un colegio, por aquello de la falta de espacio en la casa. Y recuerdo que la orquesta y él en concreto salen vaporosamente como extras en la última escena (una fiesta de año nuevo creo que es) de la peli española de "No desearas al vecino del quinto".
Un día el saxo y el clarinete fueron vendidos, cuando mi padre ya no podía tocarlos. Fue un acto catártico, ya que mi padre dejo de tocar cuando se jubiló, pero pese a todo fue una señal del paso inexorable del tiempo. Aunque por otro lado, ese acto liberó a los instrumentos de la esclavitud del olvido, ya que fueron comprados por un músico jóven en activo, al cual conocimos en persona, con lo que siguieron siendo usados con mucho cariño. Un libro en una librería sin ser leído no vale para nada; igualmente, un instrumento musical que no es tocado más tampoco, y liberarlos es un acto de bondad (cubierta de polvo veíase el arpa, decía Bécquer).
Otro día, porque sí, decidió dejar de fumar. Fumaba una cajetilla y media al día más o menos, y de repente un día, decidió que no seguiría fumando. Tiró su última cajetilla vacía y nunca más fumó. Nunca, más de veinte años limpio desde que lo dejó. Siempre ha sido para mi un ejemplo este pequeño hecho, porque me pareció de una voluntad envidiable con lo difícil que es quitarse de una adicción. Para mi fue un ejemplo de voluntad de hierro, que a mi me falta tan a menudo. Siempre que pienso en hacer un gran esfuerzo, me acuerdo de ese momento de la vida de mi padre.
Tengo muchos más recuerdos de detalles, sobre todo de cuando yo era pequeño. De cómo por ejemplo no entendía las historias de Roberto Alcázar y Pedrín que me contaba mi padre a la hora de la siesta (de la que me intentaba escapar casi siempre con éxito cuando mi padre dormía)... no entendía como Roberto y Alcázar iban siempre juntos a todos los lados, hasta que caí en la cuenta de que no eran tres personas (Roberto, Alcázar, y Pedrín) sino dos... quizá porque siempre la historia comenzaba como "Iban Roberto Alcázar y Pedrín..." y yo entendía "Iban Roberto, Alcázar y Pedrín..." porque en aquellos tiernos cuatro o cinco años no distinguía nombres de apellidos. También recuerdo los domingos comprando sellos en la Plaza Mayor, o cambiar vitolas de puros por sellos con algún amigo suyo en los aledaños de la misma; y los domingos o sábados (no recuerdo bien) jugando al ajedrez en el Hogar del Músico (no recuerdo bien si era tal, así lo creo, porque ahora no veo ninguna referencia) en un último piso de uno de los edificios de la plaza de Oriente, desde donde yo miraba aburrido las partidas que echaba mi padre con sus amigos, jugueteaba con las piezas del ajedrez y miraba somnoliento por la ventana de un cuarto o quinto piso las estatuas de los reyes godos de la plaza. Nunca le gané una partida de ajedrez a mi padre, y mira que lo intenté. También recuerdo que mientras que a mi madre siempre le he enseñado mis avances, a mi padre le enseñaba ya los resultados acabados, cuando estaban ya completamente finalizados, fueran estos deberes del colegio, dibujos cuando era pequeño o canciones que aprendía al piano, lo que fuera a él sólo se lo enseñaba ya cuando estaba finalizado, perfeccionado, depurado. También aprendí de él a ahorrar y a llevar las cuentas de mis gastos. Él, siempre fiel a su estilo, se hacia cuadernillos de papel para llevar sus gastos mensuales, y cuando cada mes se cerraba, guardaba los resultados con exquisito cuidado, almacenando todos los cuadernillos, uno tras otro y año tras año. No fue mucho de ordenadores, era más de la escuela antigua, pero aprendió a usar el ordenador para llamarme por Skype a Japón y para ver el correo por ejemplo. Se adaptaba a toda la tecnología y nunca dejó de aprender cosas nuevas.
Mi padre me dejó mucho espacio personal desde la adolescencia. Siempre estuvo presente y me apoyó en todo, y tuve una educación en colegios en los que siempre había que pagar un poco más, y ese esfuerzo me hizo poder llegar con una base sólida para hacer mi carrera universitaria. Luego, me saqué la carrera con becas y empecé a trabajar, con lo que no tuve de nuevo que pedirle ya más dinero a mis padres. En ese sentido él estaba orgulloso de mi, según me dijo mi madre. Pero nunca invadió mi caprichosa soledad, mi enclaustramiento en mi habitación. Nunca intento cambiarme, dejó que fuese como quisiera. Mi primer coche, fue su coche, un SEAT 1430 amarillo canario con techo negro, cañero como el solo, en el que tengo fotos de bebé sentado en el capote y que he conducido después a los 18 años durante una buena temporada hasta que compré mi propio coche.
Siempre fue un gran trabajador, en Renfe entre semana, y los fines de semana con la orquesta, buen jugador de mus y ajedrez, le gustaba comer bien y disfrutaba la comida que preparaba mi madre, y vivir bien. Me consta que fue un buen hijo y nunca abandonó a su madre y fue un buen marido y compañero de mi madre. Le gustaba hacer hogueras en la chimenea en invierno, con troncos de pino que olían a resina fresca. Recuerdo que él me enseñó a encenderlas, haciendo la forma de las fogatas y metiendo luego papel de periódico, y recuerdo ir con él en el coche a comprar leños de pino resinero, en la sierra. Siempre en Navidades llamaba a toda su familia, primos, tíos, hermanos... nunca faltó a su llamada anual. Tuvo una vida próspera y duradera y nunca estuvo enfermo. Ha vivido toda su vida hasta el último día con las energías de siempre, con total plenitud.
Ojala yo pueda también sentirme pleno como un campeón de la vida a la que gano por goleada durante sus ochenta y cuatro gloriosos años, como seguro que él se sentía y como espero que el se sienta, allá donde este.
Ojalá el pueda sentir todo nuestro amor y agradecimiento. Gracias papá.